Por Memeth Astrodog

Si se pudiese concebir un hijo entre Stephen King y Spielberg se llamaría Stranger Things, el último batacazo de Netflix (Dios lo bendiga) y que lleva una cantidad inconmensurable de gente alrededor del mundo mirando con nostalgia sus veranos en bicicleta en la playa con un grupo de amigos buscando algún cadáver o contando historias pasticheadas que pasaron en ese exacto lugar In illo tempore.

La historia abre con un juego de rol que de alguna manera devela la construcción épica de la serie en sus 8 episodios donde uno de los niños es abducido en una realidad paralela similar al doblaje del clásico juego Silent Hill y pasa haciendo guiños por 8 horas a todo lo que amamos de los 80´s (Al punto de disparar las suscripciones al canal retrowave de youtube por las nubes) en una historia que gira en torno a la búsqueda del niño perdido.

En general la historia no es nada nuevo bajo el sol, pero su belleza radica en el corazón con el que el equipo se nota que trabajó para esta primera temporada (crucemos los dedos y esperemos estoicamente un año como Netflix nos tiene acostumbrados con su bella y cruel política de lanzar toda la temporada junta) y comprende la construcción narrativa de la época con una visión naif de la realidad, una realidad con tintes de un terror de fogata que termina siendo adorable. Las actuaciones de los niños son geniales y del elenco en general, capítulo aparte es la sobreactuación de Winona Rider cuyo casting que probablemente sea el único error grande que puede distinguirse, pero que afortunadamente y producto del nivel de preciosismo de la serie absorbe esto sin distraernos mucho.

Quitando spoilers y solo en el afán de contar qué pueden esperar de esta seriaza es 1000% recomendable para verla en cualquier situación, aunque no se vea con gente que vivió los 80s (La vi con mi sobrina de 15 y la amó) produce una empatía irresistible, como comer una bolsa de papas fritas sin darnos cuenta y sentirnos estúpidamente felices por ello. Solo véanla, no se arrepentirán. Yo ya iré por una tercera vista.