Por Bayron Ríos

Foto: Lollapalooza Chile

La gracia de los festivales de música es que siempre un solo show puede salvarte la experiencia completa. Si la segunda fecha fue Rosalía quien se echó al hombro la jornada del sábado, el turno del domingo correspondió al trabajo hecho por Kevin Parker y compañía. Los australianos dieron cátedra musical y un espectáculo de nivel mundial, con momentos inolvidables que nada le envidian a festivales de mayor escala internacional.

El viaje comenzó con precisamente un video de bienvenida por parte de Aionwell, farmacéutica ficticia creada por Parker para promocionar el Slow Rush Tour, donde nos habla de los efectos en el consumo de Rushium, “medicamento” que nos haría cambiar la percepción del tiempo y es aquí que toda la situación se va al carajo cuando la doctora comienza a pegarse cada vez más de forma intensa hasta llegar a fundirse en una psicodélica visual, en el momento que la banda toma posición en el escenario con “One More Year”, canción que bebe de la afluente de la electrónica.

“Borderline” secundaba el recorrido con un público lanzado a la psicodelia de la banda. Las visuales fueron pieza fundamental durante todo el concierto, desde metálicas formas en “Nangs” hasta una videocámara dosmilera que registraba todo lo ocurría en el escenario en un exquisito filtro propio de la tecnología análoga en “Mind Mischief”.

Lo de “Elephant” quedará para la historia en esta edición del festival, el juego de luces y láseres dieron por pagado todo lo malo que se pudo haber dicho de la edición 2023 de Lollapalooza. Fue algo simplemente increíble, una vara que será difícil de superar para futuras ocaciones.

La espectacularidad del concierto tendría su primer peak en “Apocalypse Dreams”, dando cuenta de la calidad de cada uno de los integrantes al ejecutar tamaña fritura de canción, sumado a los láseres que corrían de un lado a otro y explotaban al son de las notas.

Luego del pequeño break con “Mutant Gossip”, llegó el turno con la gran postal del festival: el confeti lanzado al ritmo de “Let It Happen”, una canción hecha para estas situaciones y que se mueve de manera perfecta en el rock psicodélico de estadio. “Feels Like We Only Go Backwards” ponía el karaoke masivo al igual que “Eventually”. El caramelo del setlist, para los fanáticos más estrictos, fue “Runway, Houses, City, Clouds”, la única canción presente en el show correspondiente al primer álbum de Tame Impala, el inagotable “Innerspeaker” (2010).

Con la banda saliendo del escenario y con Kevin habiéndose despedido, pareciese que haya sido un final muy abrupto para el concierto, incluso poniendo imágenes del auspiciador del stage en las pantallas. Pero el final falso se disipó rápidamente con la vuelta de los chicos para interpretar las últimas dos canciones del show.

“The Less I Know The Better” puso a cantar a todo el público presente y con el mantra final “come on Superman, say your stupid line”. Ya el cierre definitivo fue con “New Person, Same Old Mistake”, con una lluvia de confeti sobre la multitud.

Uno de los grandes méritos de la presentación fue tener a un recién operado Kevin Parker, quien en muletas entregó el 100% en el escenario y demostrando que cuando se quiere, todo se puede. Tame Impala maneja de manera sagrada cada aspecto referente a la experiencia que significa vivir alguno de sus shows y aunque ya a estas alturas sean un producto de consumo festivalero, la pasión de la banda por tocar música de forma detallista y pulcra, enciende los corazones de sus fanáticos.

¿Cómo continuar la vida luego de la experiencia Tame Impala?