Por Claudio Miranda

El Dingir es un signo cuneiforme de uso impronunciable. Es sinónimo de Deidad, con un rasgo determinativo que indica una característica de un plano superior en sentido positivo. Una marca linguística donde la Divinidad se transforma en un estado de gracia y confianza que distingue el mundo que conocemos del cual aspiramos en espíritu. Todo esto de acuerdo a la concepción que tenían las culturas indoeuropeas, específicamente los sumerios.

No es casual que Dingir, la banda, haya tomado su nombre de dicho concepto. Al contrario, detrás de la denuncia iracunda que escupe su material debut en poco más de 20′ de música extrema y de alta exigencia, hay un propósito genuino de liberación y diferencia. Uno que no admite clichés ni parodias, sino que canaliza su sello lacerante en el metal extremo desde el estómago y, a la vez, la excelencia musical.

Desde las cenizas de Metal Command, y con Kevin Ibáñez al frente de un proyecto que explora los recovecos más hostiles en el estilo, Dingir surge como una bestia de naturaleza divina, pero siempre enfocada en los vicios de la condición humana. Como se manifiesta desde el arranque con «Sátira», una pieza de atmósfera vejatoria y suficiente para poner de rodillas hasta al más escéptico. Con una base rítmica que hace y deshace a través de su propio caos, unas guitarras que despliegan agresión y clase propias de veterano de mil batallas, y una voz que no se guarda nada al refregarnos su par de verdades, Dingir el álbum, presenta de inmediato a Dingir la banda, en toda su forma y dejando en claro que los 20 minutos de duración pueden ser tanto un castigo como un deleite. Lo último para quienes estamos familiarizados con el metal extremo como impulso primario.

El hálito a Meshuggah es notorio en «Opíparo», con la batería de Diego Castro provocando un terremoto. En cada golpe. La guitarra de Kevin Ibáñez -quien hizo labores de bajo en el estudio-, suena pulcra e hiriente, una mezcla de estilos que no busca el lucimiento personal, sino darle a Dingir una firma personalizada. Y es la idea que nos queda también en «Distopía Ventrilocua», con el blast-beat y el doble pedal dándole como si se nos fuera la vida. Death Metal puro, o la etiqueta que se le ocurra, pero hay un monstruismo que justifica de manera automática el objetivo de sus creadores. No hay lugar para el trabajo a media tinta ni la «sugerencia», esto es un enjambre de riffs que propina el castigo merecido a quienes dudan de lo que propone Dingir.

Gritos hemorrágicos y guturales de gravedad sofocante intercalan lugares en «Paranoia», el cuarto capítulo de una paliza sónica que pone a prueba la resistencia de los sentidos humanos. Un elemento que define a Dingir en su estilo, en el cual no se requiere «reinventar la rueda» para generar un daño irreparable a quienes se expongan a este sonido que bebe de lo clásico y lo moderno, de lo cavernario y lo sofisticado. «Satanización», en tanto, destaca por su empezada más ligada al thrash metal, para conducirnos hacia los mismos sentimientos de miseria y sarcasmo con que Slipknot enlodó a todo un planeta hace poco más de dos décadas. Guardando las distancias, hay toda una declaración sónica y artística, y Dingir lo deja claro sin sutilezas.

«Vómito del Misántropo» le hace honor a su título en cada surco, destacando su riff principal como emblema del sonido pesado con que la música suprime toda posibilidad de escape. Donde en otras partes impresiona la velocidad, acá abruma el espesor con que la múisca deja caer todo el peso de la existencia, sin perder un ápice de su fogosidad. Sensación parecida nos queda con «Inexorable», la cual abrocha el álbum con un groove sacado de otra liga, con una vena industrial muy al estilo de Fear Factory y Strapping Young Lad.

Son veinte minutos que resumen al detalle las intenciones de Dingir desde su estreno en sociedad. Como el nombre lo señala, hay un sentimiento celestial que encuentra la purificación en la ira. Y mientras la decadencia humana siga en curso, no será para menos el nivel con que el debut homónimo reluce el brillo personal durante los tiempos de incertidumbre.