MALEZA

Desde el puerto nos encontramos con un trío de jóvenes estudiantes que comparten dos pasiones en conjunto: la música y la psicología. Daniel Cordovez, Sofía Cáceres y Patricio Guzmán son compañeros de universidad, como también de banda, y durante los tiempos libres que tuvieron durante el año pasado, buscaron la fórmula perfecta para lograr recrear lo que su sonido en vivo crea. Mucha gente que no conoce su música debe estar preguntándose ¿qué es este sonido del cual este escritor habla? Pues es uno que toma la raíz juvenil universitaria a un camino tropical que se cabalga entre el post-punk y batucadas, referencias que de inmediato se terminan perdiendo en la jungla sonora que proponen, porque entre mezclas y atrevidos pasos de composición, la banda nos entrega un sonido único en su contexto.

En reiteradas conversaciones- y algunas cervezas compartidas cuando se da- algunos miembros nos han contado sobre lo que la grabación de su primer ep, «Deconstrucción» (2017), conllevó. Decisiones tomadas con más ansiedad que precisión, pero con un guía experto como Jurel Sónico (Adelaida) tomando el timón de la producción, ayudando a tres mentes prematuras en su búsqueda, pero con sed de lograr más. Finalmente, el resultado de este trabajo no convence- y será difícil de convencer- a algunos de sus integrantes, puede deberse a su sonido pulcro y crudo, algo de lo que muchos trabajos independientes lucen en sus primeros discos, o tal vez la poca profundidad de un concepto con mucho más que entregar. Es acá cuando entre muchas -y exitosas- tocatas locales que Maleza decide poner en marcha la cabeza, los pensamientos y las ideas más locas, para poder traer a la vida lo que su música representa, y esto no solamente con los tres siendo la base. Elías Rojas (Saxofón) y Matías Bascuñan (percusiones) se convierten en ese complemento enriquecedor de detalles imborrables de la música de estos chiques. Es acá cuando ya pasado el reloj y el calendario, podemos por fin tener el trabajo final de «Hay máquinas de tierra».

Dato de sus presentaciones en vivo, cada uno de los integrantes van cambiando sus instrumentos par darle al clavo con las interpretaciones personales de cada uno. En donde principalmente Daniel es guitarrista, Patricio un bajista y Sofía una baterísta, esto van rotando para darle más amplitud a su sonido. Esto mismo lo replican en la grabación de este trabajo.

HAY MÁQUINAS DE TIERRA

Primero que todo destacar una parte muy importante de lo que este disco se compone de principio a fin, y eso son las letras. Es fácil asumir las complicaciones y cuestionamientos que pueden surgir de tres personas que indagan la psicología como su principal discurso contestatario, y además como la narrativa principal de este abanico de sonidos que van siendo creados en el transcurso del álbum. No hay arma más poderosa que el cuestionarse y pensar sobre tu alrededor, esto en las distintas situaciones las cuales la cotidianidad nos puede atacar. Hoy en día, cuando estamos en una sociedad chilena en la cual el gobierno quiere quitarnos de raíz la filosofía y el pensamiento crítico, una propuesta lírica como la de Maleza es milagrosa y bienvenida para la generación millennial y las que están por venir. Deben ser pocos los grupos indie (por así decir una brecha de edad) que se atreven a indagar más allá de su pensamiento, con tintes tradicionales pero con la bohemia sujeta a su intención.

«Puede ser« comienza filtrada en su instrumental, tanto que se puede malinterpretar como una falla de producción o parecido a un fail, pero lo que realmente representa es la acumulada necesidad de soltar un universo de espectros y dejarlos fluir. Es así como al segundo 14 (0:14) explota un sin fin de ricas secciones de bajo y batería que van siendo amplificadas por una guitarra simple pero efectiva, creando estas sensaciones de estar libre pero al mismo tiempo atormentado por la temática existencial. «Única Realidad» es un mar tranquilo, tirado en medio de la nada en un bote que espera llegar a una isla lejana, esto por su melancólica melodía. Ese es el paso de asumir un estado mental y físico, es reconocer la soledad como una etapa importante de reflexión, mirarse al espejo y sacar a flote la autocrítica como el crecimiento interno. Cosas contagiosas de este tema es el punteo riff que se manda Patricio Guzmán, mucho más convencido de su potencial como guitarrista, sumergiéndose en su muro de sonido. La química de Daniel Cordovez en bajo es innata en los coros y bases rítmicas, esto crea una sensación de compañía admitida dentro de este camino. Solo para darse cuenta que «se ha quedado solo una vez más».

Entre un bombo marchante y un bajo caminante, estos se encuentran con el apresurado guitarreo en una carrera personal mucho más vibrante y motivante. «El fin (Faro Punta Ángeles)« tiene una sensación con nostalgia clásica, pasa como un tema mucho más tradicional en su sonido, y menos experimental, esto debido a su gusto por el coro y la estructura popular de riff inicial, sección instrumental y verso. En la complicidad de instrumentos, Sofía Cáceres va haciendo alegoría de su precisión versátil y su intensidad implacable, una herramienta de dirección indispensable en el desarrollo de las canciones propuestas hasta ahora. También se juega con un final falso, aludiendo a su título.

Los espacios temporales y de autoconocimiento se van esfumando de a poco, no por sus letras, sino por como las batucadas anuncian la previa de una fiesta alocada y bohemia, como si dentro de lo más profundo de este cancionero poético haya querido teletransportarse a una noche de descontrol en plaza Anibal Pinto en Valparaíso. «Desfile de un circo mudo« está hecha para el sumiso oyente, ese que vive miles de emociones al mismo tiempo, con tantos para darles hogar en una carpa circense y tener melodías internas para el disfrute propio. Este mismo ser camina hacía el verdadero carrete, ese que conlleva extrañezas y bailes colectivos de una juventud ligada al arte. Es acá cuando finalmente se anuncia la llegada del gran festín de baile anunciado meses atrás como su primer single, y el principal vistazo de lo que este nuevo paso significaba para Maleza.

«Devenir Esclavo« es el gran ejemplo de cuando todos los componentes hacen catarsis, entregando una exposición imponente de sus virtudes y llamando a todo el mundo a ser parte de este. O sea, uno escucha esas baterías acompañadas de percusiones, y no puede evitar mover el cuerpo o al menos dejarse llevar por los intensos ritmos que Sofía y Matías Bascuñan van creando con ambientaciones de aire, acompañados de una guitarra funk promoviendo la danza como un bien universal. Es una fiesta de incomprendidos danzando con sus inseguridades y nociones, mientras el saxofón de Elías Rojas va regalando más colores a esta canción, acá todos son uno y se entiende de principio a fin, y tal vez por esa misma razón la banda quiso lanzar este tema como el primero. Porque sus conocidos saben la cagada que deja en sus interiores en Valparaíso. Acá la guitarra va soltando un lado psicodélico mucho más rockero, Daniel se ve perseguido por sus influencias, pero en pos de un despliegue de solos más llevados del sentimiento.

«Al final del cerro« puede tener una interpretación muy literal, si bien antes de un carrete hablábamos, este puede ser el llamado para verificar si es que hay sobrevivientes, no por algo al principio las voces van haciendo eco, para darle segundo aire a la vida después de una intensa batucada. Acá el bajo es imponente, se siente sucio y subterráneo, es casi parte primordial de la composición, con unos quiebres rítmicos de Cáceres con cencerro, las cuales van agregando variedad a la mezcla. Parecido a la vuelta de la realidad, después de estos dos temas, todo se devuelve a la vibra del principio, una nube pensadora y más sólida en su ejecución. «La danza del abrir de ojos« logra ser un coqueteo de la mente con la mirada introspectiva, «Cuerpo de barro« demuestra que en ciertas ocasiones, la tranquilidad puede ser violenta y tediosa, y «La vida triste« es un lamento previo a un gran cambio.

Si de transformaciones hablamos en el disco, «La hoja que se mece« es un cambio de cuerpo y alma, Sofía se vuelve la voz de una travesía llena de mensajes ocultos, convirtiéndose en esa parte sentimental que cierra este álbum por completo. Es el despegarse de lo terrenal, para tratar de entender el más allá, en donde las voces de ella con Daniel van haciendo un juego de egos y actitudes. Es como si una personalidad quisiera hacerse parte de una totalidad imposible, en donde todos tomamos formas distintas con el paso del tiempo, haciendo fantasiosa la posibilidad de ser alguien completo. Uno busca la transcendencia como si fuese una gota de agua, adaptándose a las distintas situaciones.

Maleza logró lo que añoraba, por fin recrear su sonido de manera fidedigna. «Hay máquinas de tierra» es una muestra de madurez después de un trabajo más novato en «Deconstrucción», en donde se vieron más curiosos de sus aptitudes. Acá toman batuta de sus virtudes, y vuelven la sinceridad una arma secreta para poder relucir un concepto que es necesario hoy en día en una juventud tan simplista y dominada por la inmediatez. Maleza nos regala un debut para saborear, digerir, bailar y diseccionar, pues cada una de las interpretaciones tiene un trasfondo pegado a combatir la simpleza con escritos y música que se atreve a mostrar como es: una manifestación.

Redondo, y con muy buenos tracks.