Fotos por Juan Kattan
El martes de esta semana recibí un mensaje que de manera desafiante me exclamó: has sido acreditado para Metal Attack 2. Simplemente no lo podía creer, no era esa sorpresa de la cual te regocijas en felicidad, o una noticia de la cual adhieres una satisfacción profesional garantizada. No, pues era una decisión de vida o muerte, casi como una previa suicida para adentrarme en el brutal mundo de bandas extremas como lo son Napalm Death y Cannibal Corpse, con sus variantes violentas llenas de adrenalina inagotable. No podía quedarme con el miedo encima, menos cuando sabias que una agrupación sólida y legendaria como Destruction también compartiría fuerzas con los nacionales de Recrucide. Iba a ser una jornada con zapatillas voladoras, golpes sueltos en el aire como balas locas dispuestas a matar, y estaba obligado a sobrevivir al medio de una de las canchas más enérgicas de la cual un público latinoamericano puede lucir. Pues es aquí yo, instalado en el Teatro Caupolicán con una ansiedad de punta filosa, entregada a lo que ocurriese.
Con un sonido letal, y sin preguntar, Recrucide llegó como esa banda aperrada a cualquier circunstancia. Venían llegando de una gira europea exitosa, y con muchos halagos de los medios, pero ese hito no los nubló para desatar una ola de agresividad y potencia extraídas del inframundo. Su único objetivo fue reencontrarse con su gente, y darles un show de afinidad asesina para crear el primer oleaje de mosh pits frente a unas 200 personas que estaban desde el comienzo acompañando.
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El grupo en una breve presentación, desató una energía intensa  e imparable, justificada por una calidad sonora que provocó que una minoría de asistentes presentes se sintieran como un público afortunado por apañar desde el primer segundo del festival sin problemas. Incluso dentro de todos los temas que tocaron-incluyendo canciones de su último disco, «The Cycle»- sorprendieron con un inesperado cover de la vacilona y sabrosa composición latina de ‘Mambo de Machaguay‘ de Los Jaivas, en clave Death metal, con un efecto sombrío y corto. Fue una locura, pero se adaptaba de manera innata al formato sonoro, que si bien era opuesto al sonido original, mantenía algunos acordes reconocibles en los coros. La agrupación finalizó su Setlist con un «viva Chile Conchatumare«, y la respuesta positiva de los asistentes.
Todo pasaba en el entremedio, la clásica enredadera de los insatisfechos metaleros de la galería, los cuales arriesgaban su vida al tratar de bajar a cancha de manera rebelde, las fumadas sospechosas que alertaban sobre algunas buenas manos, y una cancha que se veía repleta de un segundo a otro. Uno pestañeaba y veía el recinto repleto de fanáticos del metal con intenciones tenebrosas de dar vueltas en círculo toda la noche si es que era necesario.
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Los colores infernales de las luces anunciaban de a poco la llegada de la primera banda extranjera de esta edición. Destruction pisaba el escenario para inyectar adrenalina alemana con un sonido pesado que incitó a que el recinto se volviera instantáneamente loco en ese momento. Su vocalista, Schmier, se paseaba entre los micrófonos de su izquierda y del centro, probando los efectos que otorgaron una experiencia supersónica a sus coros de guerra. Versos que se apoderaron de la alma de los seguidores, y que convirtieron en guerreros a todos los presentes en el recinto, marchando sin parar en esta fiesta inolvidable de metal. «Amamos Chile, siempre que volvemos nos dan están reacción» decía orgulloso Schmier, esto antecediendo los atemorizante espectros de la motosierra en ‘The Butcher Strikes Back‘, en donde su guitarrista Mike Sifinger estuvo metido en entregar la velocidad carnicera de la canción. Su baterista Randy Black estuvo reventando y haciendo temblar el recinto al compás de una ametralladora, ensordeciendo la capacidad del Caupolicán con sus redobles y rápidas progresiones.
Los maestros del thrash metal alemán tuvieron una jornada en la cual se notó que disfrutaron a concho, creando encores o escapadas inesperadas al backstage, para volver con más fuerza, dejando en claro que su onceava visita a nuestro país era una obligación, y que la respuesta del público chileno siempre será arrolladora.
Me ubicaba en Palco E para toda esta hazaña de festival metalero desde una vista cómoda y espectacular, pero me ponía verde por simplemente ir a la cancha y estar empujándome con el montón de gente de la cancha. Se me ponían los pies temblorosos tratando de seguir los ritmos acelerados de Destruction. No me aguante más, y corrí con la intención de llegar a reja. El cartel cambiaba en el centro, reluciendo la tipografía cruda y seca con las palabras: Napalm Death. Me ponía ansioso y nervioso a la vez, y no en el buen sentido. Era algo masoquista el haber estado en un lugar privilegiado, para- sin pensar-pasar a la cancha con intenciones de vivir la experiencia que iba a dar el comienzo del fin de esta fecha.
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Mark Greenway llegaba vestido de short y polera negra, con una frase que señalaba «las dos únicas armas que necesitamos«, en donde entre esas se encontraba la paz. Simbolismos confusos, pero que como bomba nuclear arrasaron al primer paso.  Napalm Death desintegró todo con su desmedida velocidad, cuando Shane Emburry le subía el volumen a las disonantes notas de bajo de ‘Multinational Corporations‘, con una rabia descomunal que ya hablaba de la postura política con la cual la agrupación defiende los derechos humanos, al ritmo inagotable de su furia. Fue confuso en muchos puntos, el que Mark parara entremedio difundiendo un mensaje de unión, de antifascismo-incluyendo una dedicación a Víctor Jara– y que al segundo después todo estuviese pulverizado en la reja. El relojero mortal que es Danny Herrera no dio lapso para el descanso, y eso trajo consigo una cantidad de víctimas que eran sacadas por encima de las rejas, unas cedidas por la presión letal de la cancha, y otros que -gritandolo con todo-le exigían a sus pares que los levantaran en camino al abismo, resguardado por los guardias de seguridad. De principio a fin fue una bomba de tiempo inminente, que no querría ceder a ninguna pausa, y solo dejando unos mini-segundos de habla, para seguir torturando con brutalidad extrema.
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Pensar en la guerra que se había vivido, nos daba unos minutos para procesar lo sucedido, mientras se hacía la espera para el broche de oro-grotesco y bruto la verdad- teniendo en cuenta el rastro de muerte que ND dejó. Escasez de recursos y unas ganas forzadas a resistir la avalancha de death metal que se aproximaba. Cannibal Corpse se subió a observar los restos de público, para simplemente dar el punto final, y desenjaular una sangrienta tocata. George Fisher engrandecido y con cuello de hierro, expulsó sus guturales gastricos, y desató una avalancha de temas vieja escuela de su discografía, en los cuales las personas del recinto se arrodillaron y corearon en todo el resto de la noche. Fue un despliegue sin piedad, que planeaba retroalimentarse con la genuina recepción de sus fanáticos. «Tenemos una última canción con la cual terminar la noche,  ¡HAMMER SMASHED FACE!» Esa frase concluyó un momento histórico dentro de la agenda musical que posicionó nuevamente al Caupolicán como uno de los recintos emblema para las tocatas de metal.
Para la memoria colectiva, lo vivido ayer fue un festín violento de proporciones inmensas de muerte y con probabilidades primitivas de desorden, pero que unió a tres agrupaciones emblemáticas que machacaron nuestras cabezas al ritmo de riffs ruidosos, baterías maratónicas y actitud vocal desgarradoras. Fue una total masacre colectiva.