Por Claudio Miranda
¿Valió la pena esperar dos largos e interminables años? Lo valió todo, y más aún si se trata de EL supercombo prog-metal de la última década, cuyo espectáculo valida la jerarquía de sus dos LPs en estudio, siendo MMXX su placa más reciente, y probablemente de lo más electrizante a nivel de lanzamientos en los 2020. Sons Of Apollo no se limita a cumplir o «no defraudar«; con cinco de los mejores exponentes del rock/metal virtuoso uniendo fuerzas con sus respectivas experticias, había que estar a la altura, como ocurrió en la «primera» visita, allá en 2018.
Quizás el mayor detalle a recalcar en esta ocasión, fue el ingreso temporal del bajista brasileño Felipe Andreoli, quien tomó el lugar de DON Billy Sheehan para la gira sudamericana. Lo tuvimos acá hace un par de semanas como capitán histórico en Angra, y anoche se repitió el plato en el mismo recinto.
Como acto soporte, los chilenos Horeja se encargaron de dar el arranque a eso de las 20 horas. Con un estilo arraigado en el Metal alternativo y la música chilena de corte vanguardista, son dos décadas de carrera resumidas en una presentación derechamente voraz.
Con Matías «Gato Gordo» Undurraga al frente -¿hablemos seriamente de cantantes que se apropian del escenario a pura clase?-, no había nada que guardarse. «Bienvenidos a Robar«, «Orden y Patria» -y su cariñoso saludo al «amigo en su camino»-, «(R)evolucionar» y «Sangre de Toro«, uno a uno bombardeando el Cariola y echando fuego en base a un discurso consecuente y acorde al proceso histórico que atraviesa nuestro país.
Nota aparte fue la participación de los guitarristas invitados Cristián Rojas y, en especial, Rodrigo «Rocko» Miranda, quien en la cuequera «Tuwun» se dio el gusto con su momento Hendrix, tocando la guitarra con los dientes y aportando al espectáculo como compañeros de toda una vida. Hacia el final con «Poder Popular«, con un descomunal solo de batería a cargo del maestro Álvaro Poblete, el recinto de calle San Diego ya se había venido abajo. Horeja no sólo demuele, sino que construye y despierta con su acto político. Sin duda, una muestra de consecuencia y rebeldía en tiempos de incertidumbre.
21 horas marcando el reloj, y los hijos del Dios griego del Sol ingresan por segunda vez a un escenario chileno, para dar el puntapié inicial con «Goodbye Divinity«, la cual también abre MMXX. Mike Portnoy -un conocido de la casa, a estas alturas-, Derek Sherinian, Ron ‘Bumblefoot’ Thal y Jeff Scott Soto, todos en medio de la euforia de un Cariola repleto, todos en la gloria de sus facultades, reforzados con un Felipe Andreoli que poco y nada hizo echar de menos a Sheehan. Y si alguien tenía dudas al respecto, la siguiente «Fall To Ascend» barrería con todo eso, siempre en favor del espectáculo y la jerarquía ante todo.
«Sign of the Times» fue la primera pasada al debut Psychotic Symphony (2017), mientras que la siguiente «Wither to Black» nos devolvía a lo más reciente, ambas profesando una calidad escalofriante. Mientras que «Alive«, previa la broma de Portnoy sobre el consumo de ciertas sustancias, bajo un poco la metralla para expandir el sonido elegante de Sons of Apollo hacia terrenos más ligados a la emoción.
«Asphyxiation» y «Lost in Oblivion» retoman la intensidad, al mismo tiempo que nos permiten apreciar en mayo detalle la habilidad alienígena de Bumblefoot, un virtuoso que detrás de su estampa de vagabundo misterioso, le saca a su instrumento de dos brazos un sonido pulcro y, a la vez, brutal. Siempre cuando hay que hacerlo, porque es la música lo que importa, incluso si hablamos de nombres de peso donde TODOS destacan por su maestría abrumadora.
Si hablábamos de emoción un par de pasajes atrás, el homenaje a Dave Z en «Desolate July«, con sentidos gestos de JS Soto en su performance, resume lo que es realmente Sons of Apollo, así como nos rememora el trágico accidente de Adrenaline Mob hace unos años. No es solamente «sonar o tocar como…», sino transmitir un mensaje, y con todo el cariño si es posible.
El protagonismo de Derek Sherinian en la oscura «King of Delusion«, es indiscutible. Detrás de su pinta como profesor veterano, hay un sonido desbordante en matices y peso, suficiente como para aportar a la atmósfera envolvente de un supergrupo que, contrario al prejuicio recurrente en estos tiempos, defiende y ataca en base a sus capacidades, sin importar en absoluto el apellido. Y bien de aquello lo sabe Sherinian, un virtuoso que apareció en el mapa como músico acompañante de Alice Cooper y Kiss -poco antes de compartir con Mike Portnoy en Dream Theater por un par de años-, hace tres décadas. Hoy se da el gusto de tocar la música que le gusta, incluso emulando el sonido heavy de próceres como Jon Lord.
Los 15′ de «New World Today«, gloriosos e imperiales hasta la médula. De esas canciones donde ocurre de todo, con todos los estilos ligados al metal convergiendo con una soltura de Primera División. Si Portnoy es una máquina, aquí incluso nos demuestra su amor infinito por el rock duro y el metal de viejo cuño en su «drumming», mientras Bumblefoot y Sherinian se fusionan en una energía de naturaleza única. Son quince minutos de vértigo, buen gusto y excelencia de nivel extraterrestre.
Mencionamos a Derek Sherinian por sus facultades como virtuoso de capacidad suprema, y su momento solista nos confirma todo eso y más. Estamos claro que el tipo no se queda en el virtuosismo de clínica, sino que busca expresar algo, y lo hace. Pese a su lujoso y extenso currículum, nos queda esa impresión de que Sherinian, hoy más que nunca, está en su mejor forma como instrumentista y cultor de su propio distintivo.
El epílogo con la pletórica «God of the Sun«, nos resume lo que fue una noche perfecta para todo amante del prog metal en su forma más brillante, con JS Soto jugando con el público y demostrando que el paso del tiempo es una brisa al lado de su despliegue escénico y vocal. De esos momentos en que una noche lluviosa de invierno se transforma en una sinfonía solar, siempre en base a la jerarquía de los grandes por derecho propio. ¿Pensemos en una tercera vez? Cómo no, si el futuro de los Hijos de Apolo reluce más que nunca.