Por Diego Ramírez

Fotos por Juan Kattan

Anoche se vivió un show de alto valor progresivo, tanto nacional como internacional, con el regreso de Haken a Chile, junto a la apertura de los chilenos Delta, en un teatro Cariola a medio llenar.

Las luces se apagan y de inmediato se siente la expectación flotando en el aire. El telón lo abre Delta, banda nacional que ya viene haciendo ruido en la escena, y que anoche se paró firme sobre el escenario para reafirmar que su propuesta va en serio. Bastó un par de acordes para que la calma se quebrara en un estallido de aplausos y cuerpos que no dudaron en dejarse llevar.

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Desde lo técnico, el sonido estuvo a la altura: cada instrumento se escuchaba claro, potente y bien equilibrado. Lamentablemente, la voz principal no corrió con la misma suerte; si bien su calidad vocal es indiscutible, el volumen bajo y cierta falta de nitidez la hicieron perder protagonismo en varios pasajes.

Durante el show, Delta fue escuchado con atención, aunque el entusiasmo general fue más bien moderado. Hubo momentos de efervescencia —como con la energética “The Humanest”—, pero en líneas generales, los aplausos fueron algo tímidos y el headbanging quedó reservado para unos pocos. Eso sí, tras cada canción, la banda fue recompensada con un aplauso sincero, y en su despedida, los gritos con su nombre retumbaron con más fuerza que durante toda la presentación.

En resumen, Delta se subió al escenario con actitud y calidad, dejando en claro que sigue ganando terreno y afinando su propuesta. Aunque el público no explotó en masa, hubo conexión y respeto por una banda que, paso a paso, se está consolidando como un actor relevante dentro del rock nacional.

haken 38La noche del show de Haken en Santiago fue más que un concierto: fue una experiencia compartida entre virtuosismo y devoción. Desde las primeras horas, el ambiente ya era eléctrico, con fanáticos coreando incluso durante la prueba de sonido. Todo presagiaba una velada inolvidable en un teatro repleto de expectativa.

Con las luces apagadas, bastó un segundo para que los gritos estallaran. La banda británica abrió con “Puzzle Box”, y desde ahí, no soltó al público en ningún momento. La conexión fue inmediata: celulares grabando, cabezas moviéndose al ritmo y un mar de voces acompañando los coros, aunque a ratos más desde lo íntimo que desde lo explosivo.

Cada canción fue un viaje distinto. “Prosthetic” desató la locura, con saltos, gritos y una respuesta visceral a los quiebres y la potencia vocal que arrancó aplausos impresionantes. Pero no todo fue frenesí: en los momentos más melódicos, como en pasajes de “Cockroach King”, el público se balanceó al compás, entregándose con una soltura casi festiva.

La banda no solo brilló por su técnica impecable, sino por un carisma que terminó de ganarse a todos cuando el vocalista confesó cuánto les gusta tocar en Chile. La ovación fue inmediata y el canto colectivo de “Haken, Haken” vibró entre las butacas, justo antes de una de las interpretaciones más coreadas de la noche.

Ya hacia el final, la intensidad no bajó. “1985” marcó uno de los puntos más altos, con un teatro completamente entregado al headbanging y al grito futbolero clásico que se ha vuelto sello local. Luego vino el clímax emocional con “Falling Back to Earth”, en una mezcla de energía y contemplación que cada quien vivió a su manera —saltando, cantando, o simplemente cerrando los ojos y dejándose llevar— pero todos, sin excepción, gozando. Palmas, coros, y ese vaivén de brazos de izquierda a derecha en el cielo marcaron un cierre épico.

El encore fue pura ceremonia. Tras retirarse brevemente, la banda regresó por aclamación popular para cerrar con “Visions”, una pieza que condensó todo lo vivido: técnica, emoción y una conexión real con el público. La despedida, con presentación de los músicos, una bandera chilena flameando y un aplauso cerrado.