Por Diego Ramírez
Fotos por Juan Kattan – @Kattan.ph y Bratty por Gary Go – Fauna Primavera
El segundo día de Fauna Primavera 2025 abrió con un aire renovado y expectante. Las
primeras luces del día apenas se mezclaban con el murmullo del público cuando Niebla
Niebla irrumpió en el escenario principal, tiñendo el ambiente con un pop cargado de
sintetizadores y texturas luminosas que invitaban a moverse y disfrutar. Su propuesta,
fresca y enérgica, logró captar tanto a quienes recién llegaban como a aquellos que ya se
desplazaban por el recinto, extendiendo una vibra ligera y optimista. Sin pretensiones, pero
con gracia, su presentación marcó el punto de partida de una jornada que prometía
intensidad y diversidad sonora.
El turno siguiente fue para Candelabro, una de las bandas nacionales más comentadas del
último tiempo, que fusiona el rock alternativo con el indie. Su sonido, tan particular como
envolvente, se desplegó con fuerza mientras recorrían algunas de sus canciones emblema
y presentaban nuevas composiciones. El público, fiel y entusiasta, acompañó cada acorde,
coreó y saltó, recordando que en festivales como este no solo se asiste a escuchar, sino a
vivir la música. Su entrega fue completa, genuina, y dejó la sensación de una banda
consolidada que sabe conectar con su audiencia.
Sin pausa, Bratty tomó el relevo con una sencillez desarmante. La joven artista mexicana se adueñó del escenario con su carisma natural, generando una atmósfera cálida y cercana.
Entre movimientos suaves y sonrisas tímidas, consiguió mantener a su público atento y a
otros tantos que se acercaban, atraídos por su frescura. Aunque su audiencia no era la más
numerosa del día, cada canción era recibida con aplausos sinceros y una energía
compartida que crecía poco a poco. Bratty demostró que la conexión emocional también
puede ser protagonista en medio de la vorágine festivalera.
La calma pronto se rompió cuando Otoboke Beaver irrumpió en escena. El cuarteto japonés
transformó el ambiente con su mezcla explosiva de hardcore punk, quiebres de math rock y una euforia tan contagiosa que desató un torbellino de energía. Desde su apertura con
“Yakitori”, las integrantes lograron que incluso quienes estaban lejos del escenario corrieran
hacia el epicentro del show, mientras los presentes gritaban con una intensidad casi catártica. Con temas como “Don’t Light My Fire” y “Bad Luck”, la banda mantuvo un frenesí constante que se traducía en saltos, mosh pits y sonrisas. Cada pausa era un respiro breve antes de volver a la descarga. “Leave Me Alone! No, Stay With Me!” y “Datsu. Hikage no Onna” reforzaron esa energía comunal, hasta cerrar con “Sarada Toriwakemasen Koto Yo” en medio de aplausos, gritos y miradas atónitas. Fue una sacudida sonora, tan precisa como salvaje, que dejó al público en un estado de pura exaltación.
De ese caos glorioso emergió la elegancia pop de Javiera Mena, quien subió al escenario
para recordarle al público que el baile también puede ser sofisticado. Con un set cuidadosamente armado, abrió con “Hasta la verdad”, “Sincronía, pegaso” y “Mar de coral”, desplegando un synthpop reluciente que hipnotizó a todos los presentes. Sus
interpretaciones de “Culpa” y “Entropía” en versiones extendidas mantuvieron el pulso firme de una fiesta electrónica y emocional a la vez. Mientras tanto, desde otros escenarios, era posible ver a personas detenerse solo para dejarse llevar por su ritmo. Mena cerró con “Luz de piedra luna”, pero el clamor del público la hizo regresar para ofrecer una emotiva versión de “Sufrir”, dejando una estela de brillo y nostalgia antes de ceder el paso al siguiente acto.
El baile continuó con The Whitest Boy Alive, quienes subieron al escenario en medio de una
ovación generalizada. Desde “Keep a Secret”, el grupo liderado por Erlend Øye transformó
el espacio en una gran pista colectiva. La interacción fue constante: el público bailaba,
aplaudía y coreaba mientras la banda jugaba con los ritmos y las pausas. Temas como
“Inflation” y “Time Bomb” consolidaron esa comunión perfecta entre escenario y audiencia, y “Golden Cage” la llevó a su punto más alto. En una secuencia sin pausas, “Fireworks” y
“Intentions” mantuvieron la euforia, especialmente cuando los coros se convirtieron en un
canto masivo que la banda supo aprovechar. Hubo bromas, complicidad y una atmósfera
festiva que creció hasta “Island”, extendida y desbordante, cerrando con una ovación que
dejó el ambiente cargado de entusiasmo.
La noche avanzó con Tash Sultana, quien irrumpió con su habitual virtuosismo. Su versión de “I Shot the Sheriff” fue una carta de presentación perfecta para un espectáculo que osciló entre la técnica impecable y la emoción pura. Con su arsenal de instrumentos —batería, guitarra, trompeta, saxofón—, Tash construyó capas sonoras sobre la marcha, asombrando a cada espectador. Los aplausos, que al principio fueron tímidos, se transformaron en ovaciones sinceras a medida que la artista se adueñaba del escenario. Su magnetismo solitario demostró por qué se ha convertido en una de las figuras más admiradas del circuito internacional.
Y entonces llegó el momento más esperado por muchos: Aurora. Apenas se anunció su nombre, el público entero se volcó hacia el escenario, recibiéndola con aplausos y una emoción contenida. Desde los primeros acordes de “Goddess of Dawn” y “Churchyard”, la noruega desplegó una presencia etérea, casi ritual. Entre agradecimientos y palabras sobre la autoaceptación y la diversidad, Aurora ofreció un espectáculo tan delicado como poderoso. Su interpretación de “Runaway” fue uno de los instantes más conmovedores de la jornada, un punto en que el silencio y las lágrimas se mezclaron con el canto coral del público. Cerró con “Giving in to the Love”, dejando tras de sí una atmósfera de calma, belleza y gratitud colectiva.
Con el alma aún suspendida en esa quietud emocional, llegó el turno de Bloc Party, los
británicos encargados de despertar nuevamente la energía del festival. Su show fue un
repaso intenso por los veinte años de Silent Alarm y otras piezas esenciales de su
discografía. “So Here We Are”, “Banquet” y “This Modern Love” fueron recibidas con gritos y
saltos, mientras “Helicopter” y “Like Eating Glass” recordaron por qué aquel debut marcó
una generación. Aunque el cansancio era evidente en algunos rostros, canciones como
“Traps” y “Hunting for Witches” lograron reanimar al público. Cerraron con “Ratchet”,
bailable y explosiva, dejando a todos con la sensación de haber asistido a un acto tan
nostálgico como revitalizador.
La jornada encontró su cierre con Massive Attack, quienes transformaron el aire en una experiencia sensorial y política. Desde las visuales cinemáticas hasta la intensidad de su sonido, el grupo británico llevó al público a un estado de introspección. Iniciaron con una versión de “In My Mind” y continuaron con “Risingsong”, sumergiendo a todos en un viaje sonoro de luces, sombras y mensajes. La aparición de Horace Andy en “Girl I Love You” y de Elizabeth Fraser en “Black Milk” desató un silencio reverente, un respeto absoluto ante la historia que se desplegaba frente a ellos.
Entre “Take It There”, “Future Proof” y “Song to the Siren”, la banda aprovechó cada pausa para proyectar mensajes de conciencia sobre conflictos actuales, desatando aplausos y también incomodidades en quienes no entendían que su propuesta siempre ha sido política y humana a la vez. “Angel” sonó monumental, seguida por “Safe From Harm” y “Unfinished Sympathy”, con Deborah Miller deslumbrando en cada nota. Finalmente, “Teardrop”, con la voz de Fraser, cerró la noche y el festival con una elegancia melancólica que dejó al público entre lágrimas, reflexión y una sensación de haber vivido algo trascendente.
Así concluyó Fauna Primavera 2025 en Chile: una jornada que transitó del baile al silencio, de la euforia a la introspección. Un festival que, más que un desfile de artistas, fue una experiencia de contrastes, donde cada presentación dejó su huella en un público que supo entregarse, vibrar y pensar. Entre luces, gritos, risas y lágrimas, el Fauna reafirmó su papel como un espacio donde la música no solo se escucha, sino que se vive, se siente y, sobre todo, se recuerda.

































