Alfaguara publica La carne, la nueva novela de Rosa Montero

  • Una intriga emocional llena de humor que habla del sexo, el paso del tiempo y la capacidad de sobrevivir al fracaso.
  • La carne es una novela audaz y sorprendente, la más libre y personal de las que ha escrito Rosa Montero.

LA OBRA

«No entres dócilmente en esa larga noche,
/ La vejez debería arder y esfumarse al concluir
el día, / Rabia, rabia contra la muerte de la luz»,
escupió con lucidez Dylan Thomas.

La carne trata de las angustias y preocupaciones de una mujer acomodada que se hace mayor y lo tiene todo, excepto el amor. Y de la relación apasionada que establece con un joven y apuesto prostituto para cubrir su falencia de afecto, y no sólo de eso, por supuesto. De allí el nombre de la protagonista, Soledad Alegre, una culta y exitosa comisaria de exposiciones madrileña dispuesta a todo por resolver su vida sentimental y encontrar, más tarde que temprano, la felicidad. Incluso, hasta está dispuesta a enamorarse de un profesional del sexo de origen ruso, Adam Gelman, de enigmático y quizá puede que hasta peligroso pasado, para conseguirlo; pero finalmente nada será lo que parece. Ni siquiera esa fogosa relación, marcada por el dinero, entre los amantes que sorprenderá a más de un lector lo será.

Si la hipocresía de lo políticamente correcto relega al ocultamiento o a la clandestinidad el sexo de pago, a pesar de lo extendido y boyante que se encuentra el mercado de la prostitución en sociedades como la española, la censura social obliga a esconder con un doble cerrojo esa misma transacción carnal cuando el cliente no es un hombre, sino una mujer, y al hombre le toca el papel de gigoló o prostituto.

Del mismo modo que la sociedad suele tolerar de muy distinta manera las marcadas diferencias de edad entre las parejas. Cuando es el hombre el que dobla en edad a la señorita, se perdona al galán maduro con una mezcla de simpatía, envidia y admiración. Pero cuando sucede lo contrario, rara vez la diferencia de edad despierta la aprobación social y por lo general todo elogio se censura.

Con la natural lucidez y valentía que la caracteriza, Rosa Montero se ocupa de esos dos temas espinosos, tan poco tratados en la narrativa española, con su nueva novela. Y lo hace sin coartadas ni cortapisas, pero para trascender la simple reflexión o la crítica social y plantear una serie de interrogantes de los que nadie está exento. Ese tipo de cuestiones sobre las que versa la gran literatura como la fuerza arrasadora del deseo y la pasión de la carne, la búsqueda infructuosa del amor y, sobre todo, qué significa envejecer. Qué significa, en concreto, para una mujer que lo tiene todo, excepto un antídoto contra su soledad.

Narrada con el brío y el ritmo de la celebrada escritora madrileña, pero a la vez con la agudeza e introspección que su formación en psicología le ha brindado, La carne es una novela plagada de escenas, giros y reflexiones inolvidables. Con acierto, Montero evita todo juicio moral sobre la conducta y proceder de sus personajes, pero eso no quita que invite al lector a tomar partido, a comprender a los personajes de la historia en sus propias experiencias y circunstancias y a juzgarlos por su cuenta.

Y ello lo consigue gracias a un singular narrador en tercera persona, focalizado desde la visión de la protagonista y, de a ratos, hasta dentro del fluir de la conciencia de Soledad. Incluso se permite, con una velada intromisión de una primera persona del plural y, sobre todo, con conocimiento de causa, algunas inteligentes y maliciosas reflexiones sobre la intimidad de una mujer que ha superado la barrera de los 60.

Para no mentar algunos guiños cómplices con sus lectores, como la introducción de la propia periodista Rosa Montero como personaje secundario de la novela, a la que entrevista Soledad para consultarla sobre una desconocida escritora maldita a la que desea incluir en una exposición. O, de pasada, citar el título de la primera novela de una joven periodista, Ana, vecina de finca y amiga de Soledad, en una precaria situación laboral, que debuta en la narrativa con una obra que se titula igual que la primera novela de Rosa Montero: Crónica del desamor (1979).

Inteligente, divertida, tórrida por momentos, y agridulce en su trasfondo, La carne es una de las novelas más audaces de los últimos tiempos, tanto por su temática y por los interrogantes que suscita, como por el desparpajo y fluidez de su estilo. Una historia conmovedora que actualiza a una Rosa Montero en plena forma y sacándole el máximo provecho de sus capacidades narrativas para desgranar una de las caras menos conocidas del amor, su gran especialidad.

SINOPSIS

Todo comienza con maliciosa revancha sentimental. Soledad Alegre, una madura y exitosa comisaria de exposiciones, está despechada con su amante Mario, que la ha dejado para volver finalmente con su esposa que ha quedado embarazada.

Contrata los servicios de acompañante de Adam Gelman en una página de escorts de lujo sólo para exhibirse junto a él en estreno de la ópera Tristán e Isolda de Wagner a la que asistirá Mario con su mujer para darle celos. No pretende más que eso y aunque la tarifa del acompañante asciende a 600 euros no lo duda.

La tontería le deja un mal sabor de boca y un dejo de sentimiento de culpa, por malgastar su dinero en semejantes caprichos cuando hay gente que la está pasando muy mal con la crisis, como su vecina Ana, sin ir más lejos, una periodista y madre cesante a la que han cortado los servicios por falta de pago.

Sin embargo, Soledad no tendrá mucho tiempo de torturarse por un despilfarro que luego tal vez se transforme en generosidad porque a la salida de la Ópera Adam interviene heroicamente en el atraco de una tienda de comestibles. Cosa que permite apresar el malhechor y salvar la vida del tendero oriental apuñalado, viejo y conocido vecino de barrio de Soledad. El valiente gigoló resulta herido levemente y Soledad sube a su piso a realizarle curaciones. Así, casi ingenuamente y sin pretenderlo, cae en la tentación y comienza una arrasadora pasión.

A partir de allí se sucederán los encuentros y salidas, no todas mediadas por el dinero, cosa que ilusiona a la comisaria de exposiciones, mientras debe lidiar con los vaivenes de su vida laboral al preparar una gran muestra sobre Escritores malditos en la Biblioteca Nacional.

El prostituto es de origen ruso y poco sabe Soledad sobre su oscuro pasado, sin contar con su presente conflictivo, porque Adam se mete en problemas en búsqueda de algún modo de enriquecerse rápidamente y dejar la profesión. Sin embargo, nada tendrá que temer y nada será lo que parece. Quizá hasta se inviertan en cierto punto los roles y la peligrosa será ella.

Porque poco a poco irá descubriendo que no sólo tienen muchas cosas en común (Adam es un huérfano abandonado y tiene un hermano gemelo del que separaron cuando era niño, al igual que Soledad, que también carga el trauma del abandono paterno y también tiene una hermana gemela, Dolores, confinada en una clínica psiquiátrica desde la adolescencia), sino que también tiene un gran corazón y es una buena persona, que sólo aspira quizá a rehacer su vida en otro sitio y a fundar una familia.

ALGUNOS FRAGMENTOS…

«El amor te convertía en un ser patético. Soledad nunca había vivido con nadie. Cuando quiso no pudo y luego no quiso. Había tenido, eso sí, muchos amantes. Mejor lejos. Mejor controlados».

«Con el tiempo había empezado a encenderse en su cabeza la locura del amor, del deseo de amor. Sin eso, sin esa llama iluminando los días, su vida le parecía vacía, tediosa e insensata».

«A cierta edad, plantearse hacer el amor con alguien exigía una planificación y una intendencia tan rigurosas como la campaña de África del general Montgomery».

«–Ésa es la historia de mi vida. V simyé ne bez uróda, no hay familia sin un monstruo, es un refrán ruso. Yo soy ese monstruo. Nunca me ha querido nadie».

«Las coincidencias eran siempre inquietantes. Por ejemplo: cuando supo que Adam también tenía un gemelo, sintió un escalofrío. Como si se trata de una advertencia del destino. Una prueba de que estaban predestinados».

«Tras recoger la mesa, ella le pagó y él guardó con naturalidad el dinero en su despellejada billetera. Se acostaron e hicieron el amor con la luz apagada, como los matrimonios. La carne fue gloriosa, como era siempre. Luego se desearon buenas noches y Soledad se durmió llorando».

«Estaba perdiendo a Adam, lo sabía con la certidumbre de la piel, de la carne, de cada una de sus células. Y si ahora lo estaba perdiendo era porque hubo un tiempo en el que lo tuvo. Pese a ser un gigoló, pese a que le pagara, pese a ser un puto, Soledad sabía que hubo un momento en que el ruso se sintió atraído por ella».

«De modo que a ella lo único que le servía para olvidarse de la Parca, y del desperdicio de la mezquina vida, era el amor. El amor carnal, la fiebre de la piel. Esa naturaleza animal que nos salvaba de ser sólo humanos».

(c) Dani Pozo
LA AUTORA
Rosa Montero nació en Madrid y estudió periodismo y psicología. Desde finales de 1976 trabaja de manera exclusiva para el diario El País, en el que fue redactora jefa del suplemento dominical durante los años 1980 y 1981. En 1980 ganó el Premio Nacional de Periodismo y en 2005 el Premio de la Asociación de la Prensa de Madrid a toda una vida profesional. Ha publicado, entre otras, las novelas Te trataré como a una reina (1983), Bella y oscura (1993), La hija del caníbal (Premio Primavera de Novela en 1997), El corazón del Tártaro (2001), La loca de la casa (Premio Qué Leer 2004 al mejor libro del año, Premio Grinzane Cavour al mejor libro extranjero publicado en Italia en el 2005 y Premio Roman Primeur 2006 en Francia), Historia del rey transparente (Premio Qué Leer 2005 al mejor libro del año y Premio Mandarache 2007), Instrucciones para salvar el mundo (Premio de los Lectores del Festival de Literaturas Europeas de Cognac, Francia, 2011), Lágrimas en la lluvia (2011), La ridícula idea de no volver a verte (2013) y El peso del corazón (2015). Su obra ha sido traducida a una veintena de idiomas.