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Por Diego Aceituno

Fotos: Claudia Jaime

9 de la noche y se van las luces. Una selecta compilación de lecturas, danza y música del siglo XX, coronada con los New York Dolls. Soul, rockabilly, punk, glam, chanson. Poesía, comedia, tragedia. Todas diferentes. Pero a su vez, todas ramas del mismo árbol genealógico que dio forma a Stephen Patrick Morrissey.

El mismo enjambre de íconos del que ya es parte con propiedad. ¿Qué mejor antesala podría haberse planeado? Sube el telón. 9 y media en punto y el cantante, secundado por su banda, aparecen y son ovacionados por un Movistar Arena repleto. Mismo recinto que albergó su última presentación en solitario (2012), sólo un par de días después de la presentación en el Festival de Viña del Mar. Mismo recinto que lo acogería en un show gratuito de su frustrada gira por nuestro país (2013). Tres años tuvieron que transcurrir para que Morrissey volviera a deslumbrar sin concesiones durante 1 hora y media de concierto, escribiendo un nuevo capítulo en su encomiable y devota historia con Chile.

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Si hay algo que ha consagrado a Morrissey, más allá de sus virtudes compositivas, es su entrega en directo. A sus 55 años, el cantante exudó teatralidad en el movimiento, intensidad en lo interpretativo, soltura en lo vocal. Y sin tregua. Morrissey se permite todo lo que su categoría de clásico le permite. Iniciar con una batería de clásicos como “Suedehead”, “Alma Matters” y “This Charming Man” (The Smiths) de sonido pulcro y bien logrado.

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Interpretar la visceral “Speedway” con un final de antología, con sus músicos cambiando de instrumentos y su guitarrista vocalizando en español la parte final de la canción. Continuar con “Ganglord” con visuales que incluyen los últimos eventos de brutalidad policial estadounidense. Matizar con los primeros dos cortes de “World peace is not of your business” (2014) del set list escogido: el mismo tema que le da nombre al disco y la cautivadora “Kiss me a lot”. Volver a enganchar con la vitoreada “I’m throwing my arms around Paris”. Bajar el volumen con “Earth is the loneliest planet”. Hacer un guiño a sus ídolos cantando “You’ll be gone”, popularizada por Elvis Presley, dándole un nuevo color con su tono e histrionismo. Entrega completa.

Pero la entrega de vuelta por parte del público llegaría rauda ante la guitarra que introduce “How soon is now?”, clásico de The Smiths que sonó lánguido, atrapante, cadente. Se le quita velocidad y se le añade carácter. No así con “First of the gang to die”, que si bien fue coreada por todos los presentes, pierde el ritmo y la intensidad de la versión original debido a una batería sobria sin cajas. “Oboe Concerto” y “The Bullfighter Dies”, ambas del último disco ya mencionado, suenan cálidas por parte del cantante y correctamente ejecutadas por la banda, logrando encarnar sin problemas el toque “hispánico” de dicha entrega discográfica.

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El escenario se pone rojo y “Meat is Murder”, que da nombre al mismo disco de The Smiths, suena poderosa y furiosa. No es casualidad que una de las canciones que ha inspirado defensores de los derechos animales desde mediados de los 80’s refleje musicalmente su mensaje lírico, apoyado gráficamente con videos de faena animal y reafirmando su compromiso sin tregua.

Le siguen “Will Never Marry” , “I Will See You in Far-Off Places” y “Jack The Ripper”, bajando nuevamente los decibels, pero imprimiendo un toque de introspección en lo interpretativo, ante un público atento y enganchado.

Para terminar, se encienden los cánticos del himno por excelencia para cualquier día gris: “Everyday is like Sunday”. La gente se emociona, alza brazos, rememora y recuerda. Pero están ahí, frente a él. Morrissey sale brevemente con la banda, dejando el espacio necesario para el inevitable bis. Por el contrario de la mayoría de las sugerencia que muchos se aventuraron en gritar desde el público, “What She Said” de The Smiths fue un cierre atípico pero preciso. El cantante se quita y arroja la camisa. Las primeras filas se estremecen tironeándola. Bajan raudos con la misión más que completa (¿En serio era necesario “There is a light…”?)

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La puesta en escena de anoche entregó magistralmente la imaginería tradicional del artista con una sutileza y elegancia destacable. La mezcla de los clásicos retratos de la cultura popular anglosajona del siglo XX se percibió más intensa y dinámica gracias a los precisos cambios en la iluminación, sin dejar de lado la sobriedad habitual que logra en cada presentación. La comunión músico-público siempre es lo más esencial. Morrissey y sus seguidores lo saben.

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Esa misma comunión por parte de los seguidores quizás se ha vuelto un poco más mesurada en la forma (¿Cosas de la edad?, ¿Será que la división de Cancha sigue siendo tema?) Pero en el fondo, en vez de la efervescencia de su primera etapa solista, logra capturar y cautivar mediante la sutileza, el balance y la categoría del cantante, su lírica y su integridad artística. Esa misma integridad que asoma reconociendo no tener un contrato discográfico en mitad de la presentación. Esa misma que no se negocia ni se evalúa según criterios convencionales. Comparada con sus visitas anteriores, Morrissey se anota una presentación consagratoria, balanceada, elegante y precisa. Sin urgencias pero sacándole provecho al hoy. Cada día podría ser como un domingo en cuanto a ritmo refiere. Quizás es el ritmo que (hoy por hoy) necesitamos para verlo hablar y cantar sin concesiones frente a nosotros.

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