Por Felipe Gálvez

Romper todos los límites que puedan existir entre la banda y el público. El sentido de cercanía que hicieron patente bandas como The Smiths, fue en gran parte lo que se vivió la noche del jueves 22 en el Teatro Caupolicán. Belle and Sebastian nos hizo sentir cercanos a punta de belleza, carisma y cuidados únicos exprimidos en cada uno de sus acordes.

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No vamos a inventar la rueda diciendo lo bueno que es un show como el de Belle and Sebastian, para eso ya los han condecorado y premiado a lo largo de todas las islas británicas.

Tampoco es necesario caer en el error de nombrarlos como “banda de culto”, título que parece injusto, ya que a pesar de no trepar con singles a los números 1, se han mantenido con constante rotación, generando himnos para los que parecen no calzar con los rankings de Billboard. Definitivamente lo de Belle and Sebastian es mucho más que eso.

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El retorno de los escoceses a Chile estaba presidido de su último disco “Girls in peacetime want to dance”, álbum que juguetea constantemente con el baile y el groove de secuencias disco. La producción del disco, como siempre, impecable y enfocada en los detalles. Destacando la voz de Stuart Mordoch que suena muy trabajada, doblaba en reverb a veces y otras veces con la naturalidad que nos tiene acostumbrado.

Al subir al escenario del Teatro Caupolicán, todo se transformó en sinceridad y esa cuidada producción modernilla del último disco se transformó en los colores que la banda de Glasgow nos tiene acostumbrados.

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Y es que podemos sostener que el show de los escoceses se centró en los ejes de la prolijidad y la sinceridad. Lo primero se sostuvo no solo con el hecho de una ejecución cuidada, sino que se basó en un trabajo de distancias y capas. Cada uno de los ocho músicos en escena activa con precisión y posiciona el sonido en la atmósfera correcta, lo que se transforma en un show cargado de detalles y armonías para recordar.

Lo segundo, es lo que hace ser a Belle and Sebastian una banda única. El carisma de Stuart Mordoch tuvo su punto más alto al subir un puñado de hinchas al escenario mientras la banda interpretaba “The boy with the arab strap”. Pero lo que nos queda, finalmente, es su sinceridad en la ejecución, principalmente con su voz que no suena perfecta como en el último disco, pero si es precisa y es una huella indeleble de los años de carrera de la banda y de los distintos procesos de enfermedad que ha vivido Mordoch.

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Ante una cancha del Caupolicán llena, los escoceses se retiraron tras casi una hora y media de show en los cuales hubo tiempo para las bromas, el recuerdo con canciones del Tigermilk y un sentido homenaje a Carey Lander de Camera Obscura.