Preludio

El kintsugi es uno de los cientos de artes milenarios que han desarrollado los japoneses, destacados por sus cientos de artes milenarios de enorme complejidad y delicadeza. Esta práctica corresponde a volver a unir las partes de un recipiente quebrado, remarcando la unión de los trozos con polvos de oro u otros metales brillantes, con la clara intención de que se note la restauración. Es parte de su filosofía y una gran metáfora para Death Cab For Cutie, quienes luego de 18 años de trayectoria editan este octavo disco utilizando la idea de la restitución visible, del trozo roto, del ensamble.

Primer movimiento

Escucho el disco en limpio. Es decir, sin leer ninguna reseña ni nada que hable de él. Estoy en mi casa y el día amanece nublado. Algunos pensarán “qué buen día para escuchar a DCFC”, pero desde el principio, algo me hace ruido.  ¿Será que la unión de las partes se está notando mucho o que no quedaron bien pegadas?

No identifico de inmediato las letras, para eso necesito leerlas escritas (mi inglés no funciona muy bien con las canciones), así que me conecto solo con la melodía. Hay buenas rimas, se notan. Llego a la canción Black Sun y percibo una nueva propuesta, por ahí va el significado de editar un disco nuevo. Era obvia la elección de ser el primer single.

Continúo. A veces las guitarras se atreven a ir más lejos y la batería sale de su timidez, como en The Ghosts of Beverly Drive. Aparecen guiños electrónicos del trabajo solista de Ben Gibbard en The Postal Service, pero no mucho más allá. Little Wanderer fue de los primeros temas que liberaron en Spotify y está claro por qué: envuelve en sí mismo la esencia de DCFC en todos sus aspectos. La voz de Gibbard se toma la canción con un tono más oscuro, más pausado. Van haciendo bien el trabajo de restauración.

Luego me distraigo mirando por la ventana la mañana que no deja de estar nublada. Hasta Everything’s a ceiling, donde la guitarra inaugural, los sintetizadores y la batería tienen una especie de hermandad con ese estilo indie pop de fuente ochentera que trajeron a las pistas de baile grupos como The Killers, pero se queda solo en el principio. Lo que partió bien se desvanece. Pero vuelve a surgir en God Help (Is so hard to find) con un ritmo más provocador en relación al resto del disco.

El dorado sigue la línea de The Postal Service nuevamente ¿o soy yo la que estoy pegada con ese disco? Me confundo. Ingenue y Binary Sea cierran el disco. Chicos de Washington, debieron tener mejores canciones para el final. De seguro. ¿Dónde las dejaron?

Segundo movimiento

Con las letras en mi cabeza y los audífonos en mis orejas parto mi viaje por Santiago poniendo play. I don’t know where to begin/There’s too many things that I can’t remember, sí, me hace sentido como una introducción total al disco. El amor de nuevo, el amor suave y a veces infantil de DCFC. En Black Sun hay una historia, algo diferente que contar. Sigue siendo la canción que más me impresiona del disco. Durante mi viaje la carretera está más cinematográfica que nunca. The Ghosts of Beverly Drive también tiene historia, mucho más allá de su etéreo título. Algo me asusta al seguir en la carretera arriba de un colectivo a gran velocidad mientras escucho If only you had known me before the accident/For with that grand collision, came a grave consequence.

Bien, del colectivo al metro. Ahí se vacilan más las canciones, no sé bien por qué. Todos enchufados a sus teléfonos, todos apretados, todos ensimismados. Pareciera que el vagón entero escuchara lo que yo voy escuchando. Esperen, Little Wanderer les calza a todos acá. Una canción sobre conversar por Messenger o Skype con la pareja a kilómetros de distancia. Por supuesto que no todos hablan con sus parejas en Tokio o París, pero sí hablan a través de pantallas. Sin embargo, me parece una letra muy juvenil para DCFC, muy universitaria. ¿Lo malo de eso? Nada, solo era un detalle. Un detalle lleno de amor suave e infantil.

En el resto del disco se me va la onda. No me prende, no me engancha. Segunda vez que lo escucho y las letras se diluyen en el ruido del metro. Es un disco de casa, de pieza, de intimidad. Definitivamente. Abro el reproductor de música y busco algo que me mantenga despierta en el sopor del metro.

Epílogo

Como dijo un amigo, el kintsugi es una hermosa metáfora del perdón y de la historia de un objeto, pero concuerdo que esta vez DCFC no logra evocar dicha metáfora. Ocurre que ha tenido grandes aciertos en su carrera, con discos icónicos que los han llevado a ser uno de los mejores grupos del indie pop – rock, con canciones que trascienden y se sustentan por sí sola a través de los años. La vara se la han puesto alta ellos mismos. Otra lectura también es posible: que se estén aliviando de ese peso, dejando que la fría y lenta corriente de un nuevo río musical los aleje de las luminarias a las que estaban acostumbrados.