Inspirados en el existencialismo, y sumidos por la grandeza de escritores de la calaña de Albert Camus, e incluso Franz Kafka (guiño a The Caterpillar) The Cure supo plasmar y cautivar a más de una generación de melómanos (me incluyo).

No recuerdo bien que edad tenía exactamente, pero puede que ronde entre los 8-10 años cuando escuché por primera vez a The Cure bajo el cálido alero del reproductor de cassette Aiwa de mi padre. El tema, Killing an Arab, rememoró con delicadeza ese perfecto riff con toques arábicos y revueltas frenéticas que causaron un enamoramiento instantáneo en mi cráneo de proporciones bíblicas hacia la banda dirigida por el gran Robert Smith. Un tipo con agallas y creatividad que revolucionó y marcó una época. El otro día, vagando por la red, encontré una entrada acerca de los 25 años del Disintegration, el disco que quebró el núcleo original de The Cure, llevándolo a una racha de malas canciones y años de malos augurios.

Desde punk-revival, hasta new wave británico el quinteto liderado por Smith innovó sonidos a lo largo de los años, dejando su estampa personal en lo que vendrían siendo las tendencias más oscuras de los años 90. Llamado el padre de los góticos (por su apariencia darks, con cabello largo, vestimenta negra y el escurridizo maquillaje de su cara) en un tiempo donde la rebeldía y la novedad acústica resonaban en los amaneceres de los 70.

Solo buenas críticas, y excelentes resultados a la combinación de guitarras desgarradas por la ilusión y la pena que yacen desde el corazón de Smith.

Staring At The Sea.